domingo, 17 de junio de 2007

Servicios "públicos"... ¿?

A pesar de que está demostrado que desde fuera nadie te ve gracias a las propiedades del vidrio polarizado... (aunque pegues las narices al cristal) parece ser que este nuevo servicio implantado en Suiza no termina, del todo, de convencer a estos sus ciudadanos...

Y es que ¿a quién no le da un poco de cosa hacer sus cosas con sus intimidades tan "integradas" en el entorno que le rodea a pesar de ser la unica persona sabedora de su situación...?

Aún con esas, es el último grito en inmobiliario urbano ¡¡aaahhh!!... pero quizás sea necesario primero acostumbrarse a orinar (en los casos más light) al aire libre y abrir más la mente al exhibicionismo público en privado...

¿Tú lo usarías?

sábado, 16 de junio de 2007

¡¡Vete a la Porra!!

¿Cuántas veces habremos mandado a la porra a alguien? Ahí, con la boca inflada de aire... "¡¡Vete a la porraaa!!", y te quedas tan a gusto... Te sientes satisfech@, pero claro... ¿dónde está la porra? ¿Hacia dónde queda?... ¿al fondo a la derecha como en las películas?... ¡Pues no!

Resulta que la "porra" era, en el antiguo lenguaje militar (desconozco si lo es en el presente), un bastón largo, con empuñadura de plata, que llevaba el encargado de tocar el tambor mayor, sí, como Manolo el del bombo... ¿ya te vas haciendo a la idea?

Cuando la tropa acampaba, este bastón o porra se clavaba en un lugar alejado del campamento y señalaba el sitio donde iban los soldados en caso de ser arrestados por sus superiores.

De ahí vino la expresión "Vete a la porra". Aunque con el paso del tiempo se inventaron (vaya invento, seguro que mis padres están documentados en este aspecto) otras formas de castigar a los soldados, la expresión ha permanecido hasta nuestros días.

"Quien se fue a Sevilla... perdió su silla"

Alrededor del 1450 al sobrino de Alonso de Fonseca (el arzobispo de Sevilla) le nombraron arzobispo de Compostela. Por aquella época había mucha agitación en Galicia, y don Alonso supuso que a su sobrino le costaría mucho tomar posesión de su cargo.

Para echarle una mano, se ofreció a ir a Santiago, pero a cambio le pidió que, en su ausencia, él se hiciera cargo del arzobispado de Sevilla. Y así se hizo.

Sin embargo, cuando Alonso de Fonseca regresó a Sevilla a ocupar su puesto, el sobrino dijo que él no se iba. Que el arreglo había sido permanente y que si quería, que se fuera él a Compostela.

Finalmente, y tras la intervención del Papa y del propio rey Enrique, el joven se marchó a Santiago, donde le hicieron preso y fue sentenciado a cinco años de condena por otros delitos. Aún así su carrera continuó y llegó a ocupar los más altos cargos eclesiásticos.

De aquella historia nació el dicho que el que se fue 'de' Sevilla, perdió su silla, aunque el paso del tiempo ha transformado esa preposición en una 'a'.

¡¡A buenas horas, mangas verdes!!

Esta expresión que utilizamos cuando queremos decir que algo o alguien llega demasiado tarde tiene su origen en el siglo XV.

Los reyes católicos en esa época crearon la Santa Hermandad, una especie de policia que velaba por la seguridad y el orden de los pueblos e, incluso, juzgaba los delitos.

El uniforme de estos policías era un chaleco de piel hasta la cintura y una camisa con las mangas verdes.

Muchos de los vecinos de los pueblos se quejaban de que la ayuda de la Santa Hermandar siempre llegaba tarde al lugar del conflicto, y de ahí la frase de "¡¡A buenas horas, mangas verdes", que se ha extendido hasta nuestros días.

viernes, 15 de junio de 2007

Para recapacitar un poco...

Navegando por la red y leyendo algunas que otras cosas... me he cruzado con un texto que, en cierto modo, me ha causado cierta atracción y me ha hecho pensar un poco más sobre el hecho de no juzgar a nadie antes de tiempo... Aquí os lo expongo textual, con algunas modificaciones personales, pero guardando como siempre, la esencia del mensaje:

Un niño pequeño entró en una heladería un día de domingo. Se sentó en una de las mesas y preguntó a la tendera: -"¿Cuánto cuesta un helado grande?"-, -"cinco euros"- respondió la tendera.

El niño examinó un número de monedas que llevaba en su pequeña mano y volvió a preguntar: -"¿Y cuánto cuesta un helado pequeño?"-. La tendera ya estaba un poco impaciente -"¡tres euros y medio!"- respondió ella bruscamente.

El niño volvió a contar las monedas, -"Quiero un helado pequeño"- dijo el niño.

El niño terminó su helado, pagó en la caja y se fue. Cuando la tendera se dirigió a limpiar la mesa, entonces vió, allí puesto, ordenadamente junto al plato vacío un euro y medio... su propina.

Por esta razón, y como ya os he adelantado, nunca jamás hay que juzgar a alguien antes de tiempo, ya que no sabemos cuanto nos puede sorprender esa persona.

No juzgues a destiempo y no serás juzgado injustamente.